SAN JUAN DE LA CRUZ Y LA VIRGEN MARIA

Autor: Padre Juanito Arias

San Juan de la Cruz y la Virgen María

1.- LA VIRGEN MARÍA EN LA VIDA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

   Es constante la presencia de María a lo    largo de la existencia de Juan de la Cruz.    Vemos a María:

  • en el NIÑO de los juegos y peligros del agua (por tres veces la Virgen le salvó);
  • en el ADOLESCENTE que escoge la Orden de Nuestra Señora;
  • en el JOVEN sacerdote a quien reconquista Santa Teresa para la Orden del Carmen. Optó por ser carmelita por tratarse de una Orden de la Virgen (San Juan de la Cruz fue el primer Carmelita Descalzo. Recién ordenado sacerdote sentía ansias de una mayor perfección y para darse más de lleno al amor de Dios rumiaba en su interior ir a la Cartuja (claustro). Pero, en diálogo con Santa Teresa de Jesús, quedó prendido en “la Orden de la Virgen”. A los nueve meses de estar en la cárcel conventual de Toledo (España), la Virgen Nuestra Señora intervino milagrosamente en su escapada. Así lo certificaron más de 20 testigos que recibieron las confidencias de San Juan de la Cruz);
  • en el HOMBRE MADURO que de diversas maneras es protegido por la Madre de Dios;
  • en el MORIBUNDO que un sábado de la octava de la Inmaculada se va a cantar con la Virgen maitines al cielo. La muerte de San Juan de la Cruz fue la de un místico enamorado de Dios, fue una muerte de amor.

    San Juan de la Cruz no escribió mucho sobre la Virgen María, aunque     lo que escribió fue muy original y profundo.

2.- SÍNTESIS DEL PENSAMIENTO MARIANO EN JUAN DE LA CRUZ

Las alusiones marianas que el Santo Padre tiene en sus escritos son muy sobrias, pero están dotadas de ese toque de genialidad propio del Doctor Místico, para introducirnos en los aspectos más sublimes del misterio de María. 

A. En comunión con el misterio de Cristo.

En los Romances sobre el Evangelio de San Juan (nn. 8-9), clave bíblica de toda la doctrina de San Juan de la Cruz en la perspectiva de la historia de la salvación, la Virgen aparece

  • en el esplendor de su comunión con la Trinidad,
  • en su privilegio y misión de ser Madre del Verbo Encarnado,
  • en la aceptación y consentimiento de la obra de la redención.

La Virgen María es testigo del misterio, «Madre graciosa» que trae en sus brazos a Dios, Esposa-Iglesia y Humanidad en la que se han consumado los desposorios de Dios con el hombre: «abrazado con su esposa, que en sus brazos la traía». 

El vértice de esta comunión se alcanza en la cruz, cuando la Virgen participa en el dolor redentor de Cristo, aunque esté exenta de pecado, y no sufra porque tiene que ser purificada, sino porque Cristo la asocia a su acción salvadora (Cántico B, 20,10; Cántico A 29,7). 

B. Bajo la moción del Espíritu Santo.

En un contexto significativo, hablando de las almas que se han identificado totalmente con la voluntad de Dios, de modo que todas sus operaciones, obras y ruegos, vienen de la moción divina, el Santo Padre Juan de la Cruz ha escrito:

«Tales eran las obras de la gloriosísima Virgen Nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado (de las almas perfectas), nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo» (Subida III, 2,10).

En esta afirmación se encuentra el principio de una acción constante y total del Espíritu en María, elevada desde el principio a este altísimo estado de comunión con Dios, en un dinamismo de creciente fidelidad y cooperación con las mociones del Espíritu Santo. 

C. Modelo de contemplación y de intercesión.

Modelo de confianza, discreción y atención en las Bodas de Caná, la Virgen hace valer su poderosa intercesión ante su Hijo: 

«El que discretamente ama no cura de pedir lo que le falta y desea sino a representar su necesidad para que el Amado haga lo que fuere servido, como cuando la bendita Virgen dijo al amado Hijo en las bodas de Caná de Galilea, no pidiéndole derechamente el vino, sino diciéndole: «No tienen vino (Jn 2,3)» (Cántico A y B 2,8).

La presencia de la Virgen está implícita en este pensamiento del Santo: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma» (Dichos de luz y amor 104; cfr. Subida II, 22,3-6).

María es el silencio contemplativo que ha acogido la Palabra. Por eso Juan de la Cruz, uniendo siempre María y Cristo, puede exclamar: «la Madre de Dios es mía» (Oración del alma enamorada). 

PARA REFLEXIONAR: ¿QUÉ ACTITUDES NOS PROPONE JUAN DE LA CRUZ PARA QUE SEAMOS VERDADEROS HIJOS/AS DE LA VIRGEN MARÍA

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